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Besos con sabor a Miel
Sara se recogió el pelo en una desaliñada
coleta y pasó la página del libro Historia. Tenía un importante examen dentro
de unos días, después de la fiesta de Las estrellas, y no había estudiado nada.
Y para colmo, tenía que hacer un trabajo de Literatura de cien páginas y no
sabía ni de que era el tema a trabajar.
Sin embargo, cansada, dejó en lápiz que
sujetaba en la mano encima del tomo y se dirigió al ordenador.
Se sentó en la silla de giratoria y lo
encendió. Tras eso, colocó la
WebCam sobre la pantalla.
Abrió el chat y miró en la lista de
contactos.
Sabía que eso estaba mal, que tenía que
estudiar, pero necesitaba desconectar. Con lo sucedido con Daniel y con la
presión de todos los exámenes y deberes no tenía tiempo ni de descansar.
Miró la pantalla e hizo doble clic en el
nombre de Sophia, la chica con la que iba a natación y con la que se había
encontrado anteriormente en el centro comercial.
Una ventana surgió en la pantalla y, tras
unos segundos de espera, surgió la imagen de Sophia, que sonreía al otro lado
de la cámara.
-¡Hola Sara! ¿Qué tal?
-Bien, aunque un poco estresada.-Sara soltó
una risita.
-¿Qué te ocurre?-quiso saber ella.
-Es que ahora comienzan los exámenes, y tengo
muchos deberes y trabajos.
-Yo también estoy igual que tú.-se ríe
Sophie.-Oye, me he enterado de lo de que os atacaron en tu casa a tu amiga y a
ti, ¿estás bien?
-Si, gracias.-la rabia le recorrió las venas
al acodarse del incidente.-La verdad es que fue espantoso.
-¿Y no sabéis quién puede haber sido?-Sophie
arqueó una ceja.
-No…-si en estos momentos Sara lo supiera,
iría a matar al culpable.
-Pues yo de ti tendría cuidado.-Sophie se
puso muy serie, mostrando una mirada gélida cómo el hielo.-Puede que quien haya
hecho eso esté más cerca de lo que os pensáis.
-¿Qué quieres decir con eso?-Sara se
sorprendió al escuchar las palabras que acababan de salir de la boca de Sophie.
-Lo siento. Me tengo que marchar.-y se
desconectó.
¿Qué acababa de pasar? ¿Sabía ella algo más
de aquel día o… era la persona que las atacó y por tanto el misterioso acosador
que les amenazaba con contarles la verdad?
Todo empezó a aclarase en la mente de Sara.
Por eso estaba tan rara el día que se la encontró en el centro comercial. Es
ella la que está convirtiendo su vida y la de sus amigos en un infierno sin
escapatoria.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Sus
padres estaban en Nueva York por motivos de trabajo y su hermano Hale se había
ido con Teresa a hacer los preparativos de la boda y elegir la iglesia, por lo
que estaba sola en casa.
Sin embargo, no podía dejar que el miedo se
apoderara de ella. No podía permitírselo.
Bajó las escaleras y se dirigió hacia la
puerta blanca de roble; la abrió un tanto nerviosa por lo que pudiera
encontrarse pero se calmó al ver quien era.
-Hola Daniel.-entonces se acordó de cuando se
encontraban en el hospital y descubrió que ella le había estado ocultando la
sentencia que le comunicó el inspector Edison.
-Hola Sara.-llevaba una caja entre los
brazos.-Quería hablar contigo.-estaba un poco cortado por el comportamiento que
tuvo el otro día.
-Yo también.-agachó la cabeza.-Siento mucho
habértelo ocultado. De verdad.
-No te disculpes. Yo me pasé gritándote de
esa manera. Lo siento.-Daniel sonrió y le besó tímidamente en los labios.-Mira,
te he traído un regalo.
-No tendrías que haberte molestado.-pero ya
había colocado las manos sobre el cajón, ansiosa por saber lo que era.
Sara aguardó la caja entre sus extremidades y
notó que algo se movía dentro de esta. Sacó el papel con delicadeza y levantó
la parte superior del cajón y se llevó las manos a la boca para no gritar de la
emoción.
-¡No me lo puedo creer! ¡Gracias!-gritó al
descubrir que lo que había dentro era un cachorrito de gatito atigrado de tonos
grises con los ojos verde oliva. Su otro gato, Ajedrez, apareció de la nada y
se apoyó sobre las piernas de Sara para ver lo que tenía entre las manos.
-Mira Ajedrez, ahora tienes un nuevo
amiguito.-este maulló y la miró fijamente con sus enormes ojos azul grisáceo.-Vamos
arriba.-le dijo a Daniel.
Subieron a su habitación y se sentaron el la
cama apartando los libros de Historia y Literatura.
-¿Qué nombre le vas a poner?-preguntó Daniel
sonriendo.
-No sé. Creo que Jack.
-Me gusta ese nombre.-entonces este colocó su
mano sobre la pierna de ella.
Sara dejó a Jack en el suelo y este se marchó
de la habitación en busca de Ajedrez.
Le miró a sus profundos ojos azules y sonrió
tímidamente. Su corazón latía rápidamente y su respiración se aceleró.
Entonces ocurrió. Daniel se abalanzó sobre
los labios de ella y Sara colocó sus manos sobre la nuca de él. Tras ese
apasionado beso, se levantaron de la cama aun con los labios unidos y Daniel la
estampó contra la pared. Sus manos recorrieron sus cuerpos cómo si no hubiera
mañana. Sara se subió encima de él entrelazando sus piernas entre sus cintura;
alzó la cabeza y dejó que Daniel le besara suavemente el cuello. Esta gimió y
cerró los ojos para disfrutar de esa sensación. Tras eso, Sara le quitó la
camiseta casi resquebrajándola y este le arrancó los pantaloncitos. Deslizó las
manos sobre la espalda de Daniel, rozando los finos y cortos vellos casi
inexistentes del dorso. Él hundió sus manos en las caderas de Sara y las llevó
hacia la camiseta de tirantes de esta hasta arrancársela, dejando ver el
sujetador azul de ella. Sara alzó la cabeza y miró por encima del hombro
desnudo de Daniel y observó que la puerta de su habitación estaba abierta. Esta
le hizo un gesto con la mano a Daniel mientras sus labios se rozaban con fuerza
y él la llevó, aún en brazos, contra la puerta, cerrándola de un portazo. Sara
se bajó de nuevo al suelo y le sacó los pantalones sin dejar de mirarle a sus
profundos ojos. Tras eso, se dirigieron a la cama y empujaron los libros que
cayeron al entarimado para dejar libre el lecho. Sara se tumbó alargando su
cuerpo y este se puso encima de ella; sus carices se chocaron suavemente
enguanto este se acercó besarla. Hubo mucho silencio después del beso, hasta
que él le quitó con delicadeza la prenda inferior dejándola casi desnuda. Sara
alargó el brazo y abrió el cajón de la mesita de noche y extrajo un
preservativo envuelto en un envoltorio rosa. Nunca habían tenido relaciones
sexuales, pero siempre guardaba uno por si llegaba la ocasión. Y esta ocasión
lo requería.
Daniel se saco los calzoncillos y los echo en
el suelo. Tras eso, este agarró el condón que ella tenía entre los dedos y se
lo puso. Volvió a apoyarse encima de ella y entonces ocurrió. Sara noto una
presión acompañado de un leve pinchazo en su miembro. El himen se había roto.
Sara maulló con fuerza y dejó escapar de su boca un gemido ahogado. Sintió cómo
la temperatura en su cuerpo aumentaba y comenzó a sudar. Una gotita de sudor se
deslizó sobre su nariz, cayendo en la comisura del labio. Daniel movió las
caderas lentamente de arriba abajo; el placer que sentía dentro de él le
provocó un orgasmo. Sara tornó a deslizar sus manos sobre el dorso nudo de él y
notó el fresco sudor que recorría su espalda. Tras eso, bajó las manos con
delicadeza hasta las nalgas de él y las presionó con fuerza. Sara volvió a
gemir, pero esta vez más fuerte. Daniel maulló y se agarró a la cama,
presionando las sábanas. Sara colocó sus extremidades sobre los brazos de este
y los apretó con fuerza, hincándole las uñas. Esté gritó por última vez y se
dejó caer encima de ella tras llegar a la polución. Sara echó la cabeza hacia
atrás, suspirando. Daniel se situó a su lado y la abrazó, sus cuerpos desnudos
se rozaron. Finalmente, la oscuridad llegó a los ojos de Sara, quedándose
dormida junto al chico al que amaba.
La luz de la mañana atravesó la ventana del
cuarto de Sara. Esta se despertó, quedando cegada por la claridad.
Se incorporó sobre si misma y miró a su
alrededor. Todo estaba justo en su lugar: los libros en el suelo, las prendas
esparcidas por la habitación, etc. Eso le hizo suponer que ni sus padres ni su
hermano habían vuelto a casa. Se
levantó de la cama y observó que Daniel no estaba a su lado.
El sonido del agua en la ducha rompió el
silencio.
-¿Daniel?-Sara alzó la voz.
-¡Me estoy duchando!-la voz de Daniel retumbó
entre las paredes.
Esta se calmó al escuchar su voz.
Tras eso, abrió el armario y sacó un albornoz
de algodón y ocultó su torno nudo dentro de él.
Su ordenador emitió un pitido y la pantalla
se encendió; había olvidado apagarlo.
Se sentó en la silla rotatoria y arrastró el
ratón, pero, para su sorpresa, la flecha no se movió.
Un mensaje salió derepente, sin que ella
tocase nada. Contenía un enlace.
La flecha se movió sola e hizo doble clic en
el link. En la pantalla apareció un video en el que se escuchaban sonidos.
Sara se acercó más para verlo mejor, ya que
la imagen no era nítida. Se llevó las manos a la boca al darse cuenta de lo que
era. Alguien les había grabado mientras se acostaban. El sonido de los orgasmos
salió de los altavoces. Sara sintió nauseas y la piel se le erizó. Volvió a
fijarse mejor. La grabación estaba hecha desde la WebCam de su dormitorio.
Alzó la cabeza y ahí estaba. La cámara estaba
encendida, mirándola fría y quieta.
Tras eso, otro mensaje se abrió en la pantalla.
Lo leyó para sus adentros:
Te vigilo
Esta intentó cerrarlo, pero fue en vano.
Cientos de nuevos mensajes aparecieron de la nada. Alguien estaba controlando
su ordenador. Sara trató de apagar la computadora, pero esta no respondía.
Entonces, se agachó y lo desconectó de la corriente. El ordenador dejó de
funcionar.
Volvió a levantarse y miró por la ventana; no
había en la calle.
La rabia recorrió sus venas y un escalofrío
le recorrió todos los rincones de su columna.
Alguien la había visto teniendo sexo y no
podía permitir que aquel ente se saliera con la suya.
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