Prólogo
Me levanto del suelo, aturdida. No sé porque estoy tirada en el
pavimento de mi casa. ¿Qué acaba de pasar? Me tiemblan las rodillas y me cuesta
mantenerme en pie. Lo único que recuerdo es que, antes de desmallarme, un
fuerte temblor agitó el edificio. Giro la cabeza hacia el extremo de mi
habitación y observo mi reflejo en el espejo. Menos mal, mi cuerpo de siete
años está intacto, excepto por un pequeño cardenal en la frente. Avanzo hasta
la enorme ventana de mi cuarto y miro el paisaje. Me quedo asombrada al ver lo
que hay enfrente de mis ojos. Los frondosos bosques que rodean mi hogar están
ardiendo y el humo que producen las llamas tiñe de negro el cielo. Miro a la
orilla que hay en frete y puedo vislumbrar a docenas de hombres vestidos con
monos oscuros y máscaras de gas vertiendo litros y litros de un aceite oscuro
al océano Pacífico. Vuelvo a posar la mirada en el interior de mi cuarto,
asustada. Veo en el suelo la muñeca de porcelana que me había regalado mi madre
en mi séptimo cumpleaños, pero está hecha añicos. De pronto, una pregunta flota
en mi mente: ¿Dónde están mis padres?
Salgo de la habitación
con cuidado, mirando hacia los pasillos por si hubiera alguien ahí. Una vez me
percato de que no hay nadie mirando, salgo corriendo hacia el cuarto de mis
padres, abriendo con delicadeza la puerta para que no chirríe. Pero otra
sorpresa me espera en el interior. Mi madre está tirada en el suelo, de
espaldas a mí, debajo del ventanal, que está totalmente destrozado. Me acerco a
ella esquivando los cristales y me arrodillo.
-¿Mamá? ¿Estás bien?-pero
ella no responde. Su ropa está hecha jirones y los armarios empotrados blancos
estás totalmente rotos; pequeñas astillas han caído al suelo. La cojo de los
hombros e intento moverla hacia mí. Hasta que finalmente lo consigo. Una enorme
raja se abre en el pecho de mi madre y todo está lleno de sangre. La cojo de
las manos y las agito, esperando que se despertara.-Despierta mamá… Levántate.
¿Por qué no despiertas? Vámonos fuera. Unos hombres malos están quemándolo
todo. Mamá…-entonces lo entiendo. No se iba a despertar y nunca lo haría. Está
muerta. Las lágrimas acuden a mis ojos y se derraman por mis mejillas. No me
puedo creer que esto me esté pasando.
Segundos después, escucho
pasos y voces que provienen del pasadizo y me escondo tras la puerta. Miro por
la abertura que hay entre la puerta y la pared y veo a los mismos hombres del
mono negro. Una vez se han marchado, salgo de la habitación y me dirijo hacia
el cuarto de mi hermano pequeño. Entro con delicadeza, esperando encontrar lo
mismo que en la estancia anterior. Pero no es así. Mi hermano duerme en la
cuna, inconsciente de lo que está sucediendo. Entonces, como un acto reflejo,
lo agarró entre mis brazos, lo envuelvo entre mantas, asgo el peluche favorito
de este y salgo a buscar a mi padre.
Bajo las escaleras de
caracol y llego al salón, donde todo está destrozado. De pronto, escucho voces
que provienen de la cocina y me escondo detrás del sofá blanco, aún con mi
hermano en brazos. Entonces, me pongo a estudiar lo que veo a mi alrededor. Los
muebles blancos están destrozados, las paredes de color azul están raídas y el
claro parquet está astillado. Me levanto del suelo una vez que aquellas
personas se marchan al piso de arriba. Avanzo hasta llegar a la cocina y me
detengo al pasar al lado de la encimera. Encima de esta hay un tarro lleno de
galletas de vainilla y canela. Recuerdo que la noche anterior, cuando acabé de
cenar, les pedí a mis padres que me dieran una, pero ellos se negaron ya que había
tomado muchas para merendar. La verdad es que estaban deliciosas.
-¡La niña se ha
escapado!-dice uno de los hombres en el piso de arriba.-¡Atrapadla!-Entonces
agarro el tarro y corro todo lo rápido que puedo al estudio. Siento que me
están persiguiendo y que cada vez están más cerca de mí. Entro en el despacho
rápidamente y cierro la puerta. Observo el interior y veo que la mayoría de las
estanterías están tiradas en el suelo y los libros resquebrajados alrededor de
la habitación. De pronto, escucho que se acercan a la habitación y atranco la
puerta. Me dirijo al extremo de la estancia, intentando esconderme, pero sé que
al final conseguirán entrar. Entonces, se me ocurre un lugar donde poder
esconderme con mi hermano.
Me acerco al escritorio y
lo aparto utilizando toda la fuerza de una niña de siete años. Cuando lo muevo
unos centímetros, me agacho y aprieto uno de los ladrillos que forman el
rodapié. De pronto, una puerta se abre, oculta en la pared. Mi padre había
construido esa habitación secreta, con ayuda de mi tío Darel, para casos de
emergencia hacía ya más de tres años. Entro dentro y cierro el portón pulsando
un interruptor que hay al lado de esta. Dejo a mi hermano en el suelo, que comienza
a jugar con el peluche que había cogido de su cuarto a todo volumen. No
obstante, no importa cuanto chille, ya que la habitación esta insonorizada.
Dentro del cuarto hay cuatro monitores donde se puede observar lo que ocurre en
el exterior, un espejo enorme, una nevera empotrada en la pared, una despensa
llena de comida envasada al vacío y, en uno de los extremos de la pared, una
enorme cápsula de acero con cuatro asientos en su interior para escapar por si
las cosas se ponían feas.
Giro la testa hacia uno
de los monitores y veo que los hombres han entrado en el estudio, en mi
búsqueda. Pero deciden buscar en otra habitación ya que no me han encontrado.
Sabía que no lo harían. Me vuelvo hacia mi hermano y el me mira, con una
graciosa sonrisa en la cara. Me siento a su lado y saco una galleta del tarro
que he cogido de la cocina; parto una por la mitad y la comparto con él.
Comienza a morderla y a babearla, y yo no puedo evitar esbozar una sonrisa. Sin
embargo, desaparece cuando la imagen de mi madre muerta aparece en mi mente.
¿Por qué están estos hombres aquí? ¿Por qué ha muerto mi madre? Me levanto en
el suelo y vuelvo ha mirarme en el espejo. Mi rubio cabello está revuelto y mis
ojos verdes se ven cansados. El vestido blanco que llevo está arrugado y
manchado de la sangre de mi madre. ¿A quién quiero engañar? No soy más que una
ingenua niña de siete años que quiere hacerse la valiente.
De pronto, veo en el
monitor una sombra que se mueve en el estudio, pero no consigo ver quien es.
Puedo vislumbrar como se agacha y busca el interruptor para abrir la puerta. Me
han descubierto. Corro hacia la despensa y agarro un envase lleno de lo que
parecen ser macarrones con queso, que están tan duros como una piedra. Vuelvo
con mi hermano, que aún no se ha terminado la galleta de vainilla, y me espero
a que la puerta se abra. Comienza a entreabrirse y alguien entra dentro y yo,
sin saber quien es, le tiro los macarrones a la cara. Me arrepiento de haberlo
hecho al instante al descubrir quien era.
-¡Papá!-me acerco a él y
le abrazo, colocando las manos en su oscuro cabello.-Creía que habías muerto
como mamá…
-No te preocupes, cariño.
Ahora estoy aquí, contigo.-entonces se levanta y mira una de las pantallas del
monitor y descubre que han cogido los planos de la casa. En ella se encuentran
inscritos todos los cuartos secretos. No tardarían mucho en encontrarnos. Mi
padre se levanta del suelo y entra en la despensa. Llena una mochila, que había
también en la alacena, de envoltorios plateados y latas cilíndricas. Me entrega
la mochila y entro en la capsula con mi hermano. Me siento en una de las
butacas y me abrocho el cinturón; hago lo mismo con él. Mi padre vuelve a
entrar en la despensa y saca un pequeño saquito de color morado y me lo pone en
la palma de la mano.
-Lo siento, Alice. No
puedo ir contigo.
-¡¿Por qué?!-las lágrimas
vuelven a acudir a mis ojos.
-Si voy contigo te
matarán.-su mano roza mi piel y me limpia una gota.-Debes prometerme que
protegerás a tu hermano.-sin embargo, yo no puedo parar de llorar. Estoy
demasiado afligida como para contestar.-Por favor, Alice. Prométemelo.
-Te lo prometo…-digo
entre lágrimas. Entonces, mi padre se aparta de la cápsula.- ¡No! ¡Papá! ¡No me
dejes! ¡Por favor!
-Adiós cariño. La cápsula
te llevará a casa de tus tíos. Ellos sabrán cuidarte.-me doy cuenta de sus ojos
están húmedos y una pequeña gota cae sobre su mejilla. Luego pulsa el botón que
pone en marcha la cabina y la puerta se cierra. La cuenta atrás para que la
cápsula se mueva se pone en marcha. Sin embargo, puedo ver a mi padre a través
de una franja de cristal blindado que hay en la puerta de acero. Puedo ver como
aquellos hombres entran dentro y agarran a mi padre por la espalda. Comienzan a
pegarle en las piernas y él se arrodilla. Entonces, por la puerta, entra otra
persona. Pero está no es como las demás. Tiene el cabello negro y ojos azules,
gélidos como el hielo. Además, no viste como los otros. Lleva puesto unos
pantalones marrones y una camisa negra; una cadena con el símbolo de una flor
cuelga de su cuello.
-Cuanto tiempo sin
vernos, Dainan.-aquel hombre se acerca a mi padre.
-Desde que éramos
pequeños…-responde sin mirarle a los ojos.
-¡Mírame cuando te
hablo!-le grita. Este no obedece.- ¿Te acuerdas cuando íbamos a la
escuela?-prosigue.-Todo el mundo pensaba que ibas a ser tú quien llegara lejos
en la vida. Y ahora mírate.-se ríe en un tono burlón.
-Te equivocas.-su mirada
se posa en la suya.-El que no ha llegado a nada en esta vida has sido tú,
Tullio.-entonces se acerca a mi padre y le da un rodillazo en la mejilla,
tirándole al suelo. Me tapó la boca para no gritar, pero es en vano.
-¡Papá! ¡Suelta a mi
padre!-ladro, pataleando en el asiento.
-Vaya, vaya…-Tullio se acerca
la ventanilla de la cabina.-Que tenemos aquí. Una niñita insignificante y
metepatas. Matadla.-Varios hombres se acercan a la puerta y la golpean con el
extremo de sus armas, pero no se rompe. Luego, cargan las pistolas y disparan
contra el cristal, pero no se quiebra.
-Es inútil…-masculla
entre dientes mi padre.-Es irrompible…
Tullio se incorpora y
observa el panel que controla la cápsula; pequeños números bailan en él.
-Veinte…-dice en voz
alta.-Veinte segundos para que la cabina se marche. Suficiente para ver como
muere tu padre.
-¡No! ¡Por favor! ¡No le
hagas daño!-pero no me hace caso. Comienzo a patalear y a llorar sin control,
pidiéndole que se detenga. Entonces, Tullio agarra a mi padre del pelo y le
levanta la cabeza. De su cinturón, saca un puñal; la empuñadura es de oro y en
el extremo está grabada la misma flor que llevaba en el colgante. Segundos más
tarde, el filo de la daga atraviesa de lado a lado la garganta de mi padre. La
sangre sale disparada de su cuello y su cuerpo sufre convulsiones por el dolor.
Mi respiración se detiene al ver aquella macabra imagen. Siento que yo también
muero con él y cientos de flashbacks rondan mi cabeza. Recuerdo aquel día en el
que mi padre nos llevó a mi hermano y a mí a la playa para recoger conchas.
Cuando mi madre me llevó en barca a la isla que hay cerca de la costa. Cuando
mis padres y yo jugábamos felices a las cartas en la orilla, bajo la luz de la
luna. Ahora todo se ha perdido. No habrá más escenas felices con mi familia.
Ellos nunca volverían a tocarme ni a besarme. Solo me queda mi hermano. De
pronto, siento como si la sangre de mi padre cayera sobre mi rostro. Triste y
asustada, me llevo mis temblorosas manos a la cara y descubro que no es sangre
lo que gotea en mí, sino sudor…
Me levanto de la cama
gritando, empapada de sudor. Todo había sido un sueño. Me quito las capas de
mantas que hay encima de mí y me levanto del lecho. Me tiemblan las piernas y
mis sienes palpitan con fuerza. Siento que la cabeza me va ha estallar y,
además, creo que tengo fiebre. Instantes después, mis tíos entran por la
puerta, completamente abrigados. Y ahí es cuando descubro que el sueño que
había tenido era en verdad un recuerdo. Mis padres habían muerto hace casi once
años. Había pasado tanto tiempo que los rostros de mis padres eran indefinidos
en mi memoria y tenía lagunas sobre aquellos días. No recuerdo que había hecho
en mi infancia. No recuerdo donde vivíamos. Lo único que recuerdo es lo que he
visto en el sueño y que vivíamos en una islita cerca de Australia. La cápsula
nos llevo a mi hermano y a mí a la casa de mis tíos, en el mismo país, y desde
entonces ellos nos han cuidado.
-¿Estás bien, cariño?-me
pregunta mi ti Kora, tocándome el rostro.
-No te preocupes…-me
aparto el enredado cabello y me lo pongo detrás de orejas.-A sido otra vez ese
sueño…
-Últimamente no para de
repetirse.-masculla mi tío Darel, restregándose la palma de la mano sobre los
parpados para despejarse.
-Cariño, vístete rápido o
llegarás tarde al trabajo.-dice Kora con una mueca de preocupación en su cara.
Me doy la vuelta y miro
el reloj para ver que hora es. Son las cinco de la mañana. Todos los días se
levanta a la misma hora para ir a trabajar a la pescadería. Incluso los
domingos. Y total para cobrar una miseria. Mi tía no trabajaba antes, pero con
el salario de Darel es muy difícil sobrevivir día a día y ha tenido que buscar
trabajo como tejedora. Su salario es más bajo puesto que es mujer, y aquí, y en
los tiempos que corren, ser mujer es una desventaja. La verdad, es que, aunque
no recuerde los días de mi infancia, la vida era mucho mejor antes, pero ahora,
en el 2103, todo ha cambiado. Giro la testa y observo mi reflejo en el espejo
(aunque más que un espejo, es un trozo de cristal pegado en la roída pared). Ya
no soy una niña de siete años. Ahora he crecido y tengo casi dieciocho años.
Aunque hay algo que no ha cambiado en mí. Sigo siendo la misma niña asustada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario